Es porque en general están a cargo de sus hijos, no tienen
apoyo y necesitan trabajar. Además, hay pocos lugares adaptados para ellas.
Si bien la mujer aún está lejos del nivel de consumo de
drogas y alcohol de los varones, cada vez se acerca más. Según la Secretaría de
Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación (Sedronar), unas 6.300.000
mujeres (62,3%) consume alcohol, un 28% más que en 2010, mientras que el
consumo de drogas es del 5,4%, equivalente a algo más de medio millón de
mujeres y un aumento del 200%. Aún así, es baja la cantidad de mujeres que
accede a un tratamiento, y entre las que lo hacen, son muchas las que no pueden
sostenerlo. La razón -según especialistas consultados por Clarín-, es que las
mujeres necesitan atención específica. El último informe de la Junta
Internacional de Fiscalización de Estupefacientes dedica un capítulo a las
mujeres y exhorta los países a que trabajen su recuperación con perspectiva de
género.
Las estadísticas de Sedronar muestran que de las 118.195
personas que buscaron tratamiento el último año, 31.723 fueron mujeres. El 27%
comenzó, pero sólo pudo continuar el 8,9%, 2.855 mujeres. “Hay una condena
social hacia las mujeres que consumen, hay rechazo -explica Verónica Brasesco,
al frente del Observatorio Argentino de Drogas-. Les es difícil sostener un
tratamiento porque en general están a cargo de sus hijos y no tienen apoyo”.
Los tratamientos pueden ser ambulatorios en centros de día y
hospitales públicos y privados, o con internación abierta en comunidades
terapéuticas o dispositivos residenciales, que en general son de asociaciones
civiles con apoyo del Estado. Fabián Chiosso , presidente de Fonga (Federación
de Organizaciones No Gubernamentales para la Prevención y el Tratamiento de
Abuso de Drogas), explica que de los 60 centros que hay en el país, sólo 4 o 5
atienden mujeres, y son mixtos: “Históricamente los tratamientos son para
varones de clase media. Desde el 2.000 hay mayor demanda de adolescentes, por
el Paco, y ahora de mujeres, pero no hay lugares para ellas, el mundo de las
drogas y sus tratamientos es masculino. Debería haber políticas públicas para
abrir centros específicos para incorporar mujeres y abordar los tratamientos
con mirada de género, pero es un tema invisibilizado”.
Desde la Asociación Civil Intercambios, el abogado Alejandro
Corda, autor de un libro sobre mujeres presas por tráfico de drogas, sostiene
lo mismo: “Los dispositivos asistenciales no están pensados para mujeres, igual
que las cárceles, están hechas para varones, carecen de perspectiva de género.
Si una mujer tiene hijos difícilmente pueda seguir un tratamiento. Y muchas
veces ocultan la adicción porque les quitan a los pibes. A la condición de
adictas se le suma la acusación de ‘mala madre’. Sufren una cadena de
vulnerabilidades”.
“Hay una ceguera de las instituciones de no pensar más allá
que en clave masculina -dice la socióloga Eleonor Faur-. Hay una injusticia del
sistema. Y una estructura naturalizada de que la encargada de los cuidados es
la mujer. Muchas buscan tratamiento y después no logran seguirlo porque deben
cuidar a sus hijos, con lo cual nunca pueden hacer algo por ellas mismas”. Faur
es autora del libro “El cuidado infantil en el siglo XXI. Mujeres malabaristas
en una sociedad desigual”.
Andrés Blake, director nacional de Salud Mental, explica que
el aumento de consumo en mujeres es mayor que el de varones: “Está vinculado a
la fragmentación social, sumado a que la mujer hoy sufre los mismos problemas
que los hombres”. El funcionario admite que “el sistema no está a la altura de
las circunstancias” y que “se está encarando una modificación” para que haya
tratamientos con perspectiva de género que tengan en cuenta los riesgos y las
tareas de cuidado: "La mujer que consume está más expuesta a ser abusada,
a tener embarazos no deseados, bebés con problemas... Además de encargarse de
sus hijos... Hay que articular estrategias con Desarrollo Social, Educación y
Trabajo”.
Sedronar abrió en Luján la Casa Educativa Terapéutica “El
Puerto”, de tratamiento residencial, el primero y único que hay en el país para
mujeres: ahora hay diez con nueve hijos, una embarazada. Funciona en lo que
supo ser un viejo asilo para huérfanos, en un enorme predio del Barrio Los
Laureles que la familia Alvear donó un siglo atrás.
Ignacio Puente Olivera, director de Asistencia de Sedronar,
cuenta que antes a las mamás que consumían se les quitaba la tenencia de sus
hijos, y las internaban solas en granjas. “La idea ahora es todo lo contrario,
que estén con sus hijos, si es lo que ellas desean, porque en la mayoría de los
casos la recuperación es por ellos. La exclusión social en la mujer se da de
manera más cruel. Debemos romper con esa otra exclusión que es no acceder al
tratamiento. Debería haber muchas residencias como la de Luján en todo el
país”.
El trabajo de las directoras de El Puerto, Bárbara Corral y
Verónica Zwicki, es enorme. Estas mujeres (y sus hijos) suelen acumular
problemas y vulnerabilidades de todo tipo: abusos, violaciones, parejas
violentas, causas judiciales, hijos separados, abusados, testigos de maltratos.
Se trata entonces de recomponer vínculos con familiares, con los propios hijos,
lidiar con la Justicia, rearmarse como mujeres, estudiar, aprender algún oficio
que luego las ayude a sobrevivir. El egreso es complejo. No se trata sólo de
dejar la cerveza y la pasta base.
La historia de Johana
Primero fueron los porros, después la cocaína. Johana Sosa
estaba en cuarto año y dejó el colegio. Vendió ropa, fue camarera, los trabajos
no duraban porque se quedaba dormida. Su novio le pegaba. Iban juntos a la
villa a comprar la coca, que se puso cara y pasaron al Paco, que compraban ahí
nomás, por Once. Dejó a su novio golpeador, tuvo otra pareja, quedó embarazada
y dejó todo. Pero a los dos meses dejó de darle la teta a su beba porque volvió
al Paco, que compraba robando celulares. Su mamá le cuidaba a la nena, pero su
mamá perdió el trabajo y quedaron en la calle. Ahí reaccionó Johana y pidió un
tratamiento. Le ofrecieron ir con su hija a la casa de Luján, donde nació su
segundo bebé. Dos años vivieron todos allí. Johana no sólo se desintoxicó, sino
también cumplió su arresto domiciliario. Ahora viven en familia en un
departamento alquilado en San Cristóbal. Ella limpia por horas, él (también
dejó la droga) es jefe de cocina. “Estoy muy orgullosa de lo que logré, de
haber podido salir, pero nunca podría haberlo logrado lejos de mis hijos”.
La historia de Valeria
Valeria Fernández tiene 39 años, cuatro hijos y una vida con
tantos pliegues que su relato parece no tener fin. Empezó con la pasta base
cuando una médica le dijo que su hija Sol tenía cáncer en la cabeza. Esos meses
que la nena estuvo internada en el Garrahan ella se iba drogando por las calles
cercanas, en las que se quedaba dormida. Se le pasaban las noches y los días
sin comer. Se consumió la par de su hija y hoy se culpa: “Cuando ella más me
necesitó, yo me perdí”. La nena murió. Alejandra volvió a su casa de Solano.
Tuvo tres hijos con un tipo que le pegó mucho y entonces se fue con los nenes a
una pensión de Avellaneda, que se incendió. Durmió en la calle, en las guardias
de los hospitales, y volvió a consumir fuerte. Pidió ayuda y hace diez meses está
con sus niños en Luján. Dice que aprendió un montón de cosas que ignoraba, como
el valor de las palabras, y que ahora se siente segura con sus hijos, de cómo
hablarles. “Soy otra persona, me vinculo bien con mis hijos, sé lo que es la
empatía. Ellos necesitaban a una mamá que estuviera bien, y ahora la tienen”.
Fuente: Diario Clarín - Ver más sobre Adicciones