Crece la preocupación entre los especialistas por la baja de
edad en las consultas; además de los factores biológicos y familiares, la
presión social es un disparador importante.
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Su caso no es aislado. Cada vez más chicas empiezan a
desarrollar trastornos de la alimentación durante la infancia. No existen
estadísticas oficiales, pero los especialistas ya atienden a chicas a partir de
los 9. "Recibí en mi consultorio a chicas de 10 años que cumplían con
todos los criterios de anorexia. Aunque la población adolescente sigue siendo
la prevalente, me alarma el aumento de esta patología en niñas", dice
Mariela Di Lorenzo, pediatra especialista en nutrición infantil.
Juana Poulisis, psiquiatra y autora del libro Los nuevos
trastornos alimentarios, aporta que muchos niños que desarrollan un trastorno
de la alimentación a edades tempranas, generalmente presentan síntomas de
ansiedad generalizada, personalidades obsesivas, fobias o el desarrollo de una
depresión, con anterioridad al cuadro.
A La Casita, un centro especializado en trastornos
alimentarios de adolescentes y jóvenes (de 13 a 28 años), llegan cada vez más
consultas de preadolescentes.
"Cuando les preguntamos a las chicas cuándo situarían
el inicio de su trastorno alimentario, un número importante de las chicas
responde que a partir de los 9 o 10 años", explica Paula Hernández,
coordinadora del área de Psicología de esta institución.
Reciben chicas con bajo peso y con cuadros restrictivos.
Para esos casos es fundamental el trabajo interdisciplinario orientado a dar
recursos a los padres para la renutrición de esa hija. "Por otro lado, con
el paciente se hace un trabajo para que pueda perder gradualmente el miedo a
comer y tratar las creencias erróneas que mantienen estos cuadros", dice
Julieta Ramos, coordinadora del área de Psicología de La Casita.
Según los especialistas, los trastornos alimentarios son
particularmente peligrosos en los niños, porque pueden escalar rápidamente
deteniendo su crecimiento y desarrollo. Además son difíciles de diagnosticar,
teniendo en cuenta que el peso corporal y los requerimientos nutricionales
varían según la aceleración del crecimiento. "Si un niño no come lo
suficiente en plena edad de desarrollo, puede estancarse en el crecimiento de
su altura, de su capacidad cognitiva y en sus órganos reproductores",
agrega Poulisis.
Para Mónica, Mili tenía algún problema en el estómago. Nunca
se le ocurrió que pudiera tener anorexia. "Siempre fue una nena normal. Un
día empezó a sacar la mayonesa, después las galletitas, a quedarse mucho en su
cuarto mirando televisión, y cuando era la hora de comer había que insistirle
mucho para que viniera", dice Mónica en un intento por enumerar los
síntomas que pasó por alto.
Había bajado cuatro kilos y eso la preocupó. La llevó al
pediatra, pero los análisis dieron bien. Mili se agarró una neumonía, la
internaron y le pusieron suero porque estaba deshidratada.
"Ahí ya no comía nada. Se ponía cada vez peor. El
desconocimiento hace que uno gire por diferentes lados. Cuando llegó al
Hospital Italiano en Bahía Blanca no podían creer el grado de desnutrición que
tenía. Enseguida le pusieron una sonda nasogástrica", dice Mónica.
En esa situación, y después de que diferentes psicólogos la
atendieran, nadie le dijo a Mónica que su hija tenía anorexia. Luego de tres
meses, la trasladaron al Sanatorio La Trinidad en Buenos Aires. "Estaba
demasiado flaca, con los latidos muy bajos y no tomaba ni agua. Cuando le
llevaba la comida me la revoleaba por la cabeza, me rasguñaba el brazo y me
echaba del cuarto. Hasta se sacaba la sonda y tiraba la leche por el
inodoro", recuerda su madre.
De a poco, con el acompañamiento de un equipo, Mili se pudo
ir recuperando. Durante todo ese tiempo, Mónica señala que lo que los sostuvo
fue asistir a los grupos de padres en La Casita. "Escuchar lo que a otros
les estaba pasando nos ayudó mucho", agrega.
Volvieron a Pringles y tuvieron que empezar de nuevo. Hoy
Milagros tiene 16 años y pesa cerca de 60 kilos. "Los padres tienen que
estar muy atentos. Llevarlos al médico si detectan algo e insistir. No quedarse
porque nosotros perdimos mucho tiempo y la enfermedad siguió avanzando",
resume Mónica.
Los patrones comunes
Los síntomas a esta edad son los típicos de la anorexia
nerviosa: un fuerte deseo de ser delgado y mantenerse así; peso por debajo de
los percentiles para su edad asociado a restricción alimentaria; falta de
apetito; obsesión con mantener algún sector corporal sin tejido graso (panza
chata, los muslos, no tener cola); angustia; miedo que muchas veces se
convierte en fobia a volver a consumir los alimentos que fueron suprimidos del
plan alimentario para bajar de peso.
En general, los especialistas señalan que suelen ser niñas
autoexigentes, con un excelente rendimiento escolar, y, en algunos casos, con
padres dietantes, preocupados en exceso por la apariencia física.
"Frecuentemente el trastorno alimentario en un niño se
desarrolla como una forma para sentirse en control de lo que está pasando en su
vida", dice Poulisis.
Era el verano de 2016. Trini, de 13 años, bajó cinco kilos
en un mes. Siempre fue muy flaca, así que ese descenso abrupto fue una agresión
fuerte a su cuerpo. Al principio dejó de comer pan, yogur, carnes y cereales, y
terminó aceptando sólo un poco de pescado, frutas y verduras. La única salida
fue internarla, con sólo 27 kilos, para obligarla a comer por sonda. Recién
después arrancó con un tratamiento de recuperación.
Fabiana, la mamá de Trini, se empezó a dar cuenta que
sobraban alimentos en su casa, justo cuando ella había acortado su jornada
laboral para poder almorzar con sus hijas. "Ese verano empecé a notar que
cada vez que la iba a despertar la veía más delgada. Después lo comprobé en la
ingesta", cuenta.
Trini quería desayunar sólo una limonada, empezó a preparar
sus propios alimentos y en su casa se vivía una lucha constante en cada comida.
La llevaron a una psicóloga que enseguida diagnosticó su anorexia incipiente y
empezó un tratamiento. "Fue todo muy complicado porque era una situación
desconocida. Me cayó pésimo al principio. Te sentís superculpable y
responsable", agrega.
A pesar de casi no poder sentarse porque se le clavaban los
huesos de la cola, Trini se resistía al tratamiento. "Ella quería estar
más flaca. Y tenía una compañera del colegio que andaba con la panza chata al
aire todo el tiempo y eso no ayudaba. Es una chica extremadamente obsesiva y
con mucha autoexigencia. Cuando terminó de controlar todo, siguió con la comida
y su peso", cuenta Fabiana.
Este tránsito fue una tortura para la familia que hacía todo
tipo de esfuerzos para conseguir que la adolescente comiera. "No te puedo
explicar la angustia que pasamos en esta casa. Demoraba casi dos horas en comer
un pescado y dos rodajas de calabaza. Ha estado todo el día solo con una
manzana en el estómago. Yo llegué a cambiar los envases de yogures enteros a
los light", agrega.
En abril, Trini volvió a su casa pero todavía estaba muy
débil. Recién se pudo reincorporar en el colegio en mayo y terminó el año sin
problemas. "Fue muy importante el apoyo y la contención recibidos por esu
colegio, el Centro Cultural Italiano, de las autoridades y todo el cuerpo de
profesores. Hubo mucho interés en transmitir la información a los alumnos y se
dictaron talleres de alimentación saludable .
Con el tiempo empezó a comer normalmente y hoy pesa cerca de
39 kilos. "Hay días en que me dice: «¿Hacemos un auto Mac?» Y no lo puedo
creer. Pensé que nunca iba a recuperarse."
La presión social
No existe una única causa para que un chico desarrolle un
trastorno de la alimentación: es un "combo" de circunstancias que
predisponen biológicamente, rasgos de personalidad, conflictos familiares,
factores precipitantes y perpetuantes.
"Se sabe que entre los factores que ponen a las niñas y
adolescentes en riesgo se encuentra la presión social por la delgadez, y que
sus familias sean dietantes. Siempre el inicio es con una dieta, lo que no
quiere decir que todas las personas que hacen dieta desarrollan un trastorno",
agrega Poulisis.
Todos coinciden en que existe una tendencia cada vez más
fuerte por ser flaco que se irradia a través de la publicidad, los medios de
comunicación, los estereotipos de éxito y, en algunos casos, el propio entorno.
"Sin duda existe una presión cultural para ser delgado.
La publicidad y las redes sociales que revalorizan la delgadez como un modelo a
seguir, como un estándar de belleza, sobre todo para la población femenina y
más en la adolescencia. Cada vez es más frecuente ver niñas y adolescentes
realizar actividad física o deportes con el solo fin de mantenerse delgados o
como modo de compensación por excesos en la alimentación", cuenta Di
Lorenzo.
En esta misma línea, desde La Casita agregan que atienden
muchas adolescentes que se ven gordas desde chicas y que han recibido críticas
sobre su cuerpo en diferentes espacios sociales, familiares, deportivos.
"Antes, las abuelas se alarmaban si las chicas eran demasiado flacas, hoy
tenemos una sociedad que ha construido el ideal de belleza sobre una imagen que
es casi imposible de alcanzar. Vemos cuerpos de niñas extremadamente delgadas
en campañas de marcas muy prestigiosas. Estos cuerpos no son representativos,
pero se proponen como ideales y para la mayoría de las chicas tener ese cuerpo
implicaría perder mucho peso y no lograr desarrollarse con normalidad",
dicen.
La buena noticia es que cuando los trastornos son detectados
precozmente en la infancia y la adolescencia, y se realizan intervenciones
eficientes, tienen mejor pronóstico en este grupo. "Por lo que es muy
importante su detección y tratamiento antes de que se convierta en algo
crónico", explica Di Lorenzo.
Desde La Casita, señalan que es importante aclarar que los
trastornos alimentarios son tratables y con cura, aunque el riesgo que tienen
es muy alto, incluso el de la muerte. "Para esto es importante un equipo
especializado y, por supuesto, agarrar el problema a tiempo. Es fundamental que
los profesionales estén informados, para una detección pronta del problema y
derivación a tiempo", concluyen.
Fuente: Diario La Nación