La crisis aumenta la incidencia de trastornos mentales. El
pánico afecta a más mujeres que a hombres, en una proporción de 3 a 1.
“Una investigación que hemos hecho en la Asociación
Argentina de Trastornos de Ansiedad (AATA) muestra que un 16% de la población
argentina que se concentra en los grandes centros urbanos sufre de trastornos
de ansiedad. Más aún que la depresión, que en otros lugares del mundo
desarrollado es la que predomina. En nuestro país los trastornos del humor
afectan al 13% de esa población”, explica Alfredo Cía, presidente honorario del
organismo, que este año está cumpliendo dos décadas de existencia.
En sí, sufrir de ansiedad (en sus diferentes variantes y
presentaciones) es algo que depende de diversos factores, interactuando
estrechamente unos con otros. “Hay factores genéticos, familiares (como por
ejemplo los modos de crianza que tuvo cada persona, el apego o desapego con que
fue tratado, el amparo o el desamparo con los que transcurrió sus primeros
años), y hay además desencadenantes agudos o puntuales que disparan las
reacciones ansiosas”, explica Cía.
Y en este último punto, el de los desencadenantes, los
argentinos nos vemos reflejados como pocos. “En épocas de crisis aumenta la
incidencia de los trastornos mentales, sobre todo de aquellos vinculados con la
ansiedad y con la depresión. Todo lo que tenga que ver con la incertidumbre
futura y con la inseguridad cotidiana alimentan la ansiedad. Estar en un
momento donde no se puede predecir lo que va a pasar la fortalece”, describe
Alicia Portela, actual presidenta de la Asociación.
Y es como si hiciera un croquis de lo que es vivir en la
Argentina. Nada que suene más natural que tener millones de personas sufriendo
de ansiedad.
Diversidades
En rigor de verdad, los trastornos de ansiedad
encierran una diversidad de trastornos:
ansiedad generalizada, pánico (con o sin agorafobia), trastorno
obsesivo-compulsivo (TOC), trastorno por estrés postraumático, trastorno por
estrés agudo, fobia social y fobias específicas.
“Todos están atravesados por una emoción prevalente que es
el miedo. En circunstancias normales, el miedo es una emoción normal,
adaptativa y necesaria para la supervivencia –puntualiza Portela-. Pero en los
trastornos se manifiesta de un modo exagerado. En el caso de la ansiedad
generalizada el miedo constante a
situaciones que son normalmente peligrosas en la vida, como puede ser
una enfermedad terminal o la muerte de un ser querido. La persona evita esos
miedos a través de vivir preocupándose, con la necesidad de anticiparse a los
malos eventos, en un estado de alerta permanente”.
La persona puede tener problemas para tomar decisiones
diarias y recordar compromisos como consecuencia de la falta de concentración
que le supone la “preocupación por la preocupación”.
Cía agrega algo fundamental: “La gran diferencia con alguien
que sufre de trastorno de pánico es que en la ansiedad generalizada el temor es
de tipo altruista, está puesto en otra u otras personas. Cuando alguien tiene
pánico la atención se vuelva hacia la interocepción, hacia el propio organismo
y el temor a morir, a enloquecer o a perder el control de sí mismo”. Esta
alerta volcada a uno mismo es lo que permite que el trastorno de pánico pueda
ser diagnosticado con mayor rapidez (actualmente, hasta hace una década podían
pasar más de ocho años hasta que un paciente se encontraba finalmente ante un
psiquiatra). La sintomatología del ataque de pánico es aguda, termina en la
sala de emergencias de alguna clínica u hospital.
De los trastornos de ansiedad, la gran subdiagnosticada es
la fobia o ansiedad social. Es ese miedo a sentirse criticado, evaluado,
menospreciado por quienes nos rodean. Escena típica: estudiante que evita dar
una opinión en clase porque solo pensar en hacerlo e imaginar decenas de
rostros sobre su persona le provoca rubor, sudoración fría, temblor en la voz,
palpitaciones. Es un sentimiento de vergüenza tan profundo que hasta puede
llegar a quitarle la voz a una persona, a dejarle la mente en blanco.
“Este tipo de trastorno de ansiedad puede aparecer ya en la
niñez, y allí es cuando se lo suele confundir con la timidez. Pero la timidez
dessituaciones nuevas. La fobia social deja la mente en blanco y provoca
sufrimiento físico. En estos casos, la terapia psicológica de tipo
cognitivo-conductual suele funcionar muy bien como tratamiento”, aclara Daniel
Bogiaizian, doctor en Psicología y presidente de la AATA.
Las fobias corresponden a la mayor y más amplia categoría de
los trastornos de ansiedad; incluye todos los casos en que se desencadena miedo
y ansiedad por algún estímulo o situación específica. Entre el 5% y el 12% de
la población mundial sufre de trastornos fóbicos. Las víctimas suelen anticipar
las consecuencias terribles del encuentro con el objeto de su miedo, que puede
ser cualquier cosa, desde un animal, objeto, persona, situación particular, o
un fluido corporal. Los afectados entienden que su miedo es irracional, no
proporcional al peligro potencial real, pero se ven abrumados por el miedo que
se escapa a su control.
El TOC se caracteriza por la presencia de obsesiones
(imágenes o pensamientos angustiosos, persistentes e intrusivos) y compulsiones
que instan al enfermo a realizar determinados actos o rituales para, en teoría,
evitar que se produzcan esas situaciones que generan angustia. A menudo el
proceso es totalmente ilógico e irracional, al igual que las compulsiones,
donde se tiene la necesidad de completar un ritual con el fin de acabar con la
ansiedad provocada por la obsesión. El estrés post-traumático se produce a
partir de una experiencia shockeante en particular. Puede ser el resultado de
experimentar situaciones extremas, como una guerra, desastres naturales,
violaciones, secuestros, abuso infantil, acoso o incluso un accidente grave.
Cuestión de género
La ansiedad generalizada y el pánico son más comunes entre las mujeres.
El pánico las afecta en una relación de 3 a 1 respecto de los varones. Una de
las teorías para explicar esta prevalencia está en la evolución biológica de la
especie humana. Como la mujer era la encargada de cuidar a la cría, cargaba con
más temores en cuanto a la seguridad del grupo. Los factores traumáticos agudos
son más padecidos por los varones: eran ellos lo que iban de caza y podían
morir en el intento, y ellos los que guerreaban. Los roles de los primeros
seres humanos habrían hecho a la mujer más vulnerable.
En el caso de la fobia social, la diferencia no pasa por a
qué sexo afecta más, sino cuál consulta con mayor rapidez al especialista. En
esto, la presión es más cultural que evolutiva. “Que una mujer hable poco, se
ruborice, sea “modosita” es aceptable socialmente. En un hombre es criticable y
mal considerado”, describe Cía. Eso explica que los varones consulten
rápidamente porque les sudan las manos antes de una conferencia. Si en las
mujeres ese efecto biológico es interpretado como una prueba de tierna
desprotección, en los hombres es visto como debilidad. Esto no sucede en el
trastorno obsesivo compulsivo, que predomina entre los varones y es sufrido por
uno de cada cinco argentinos.
Fuente: Diario Perfil - Ver más sobre Salud Mental