Según cifras oficiales, tres de cada diez personas que
tienen el virus aún no lo saben. Especialistas dicen que hay que mejorar los
controles durante el embarazo. Y también a los hombres.
“Siempre me cuidé con preservativo. La única excepción fue
con el padre de mi hija, que me transmitió VIH. Cuando me dijeron que era
portadora se me cayó el mundo. No llegué a pensar en mí: lo primero que se me
vino a la mente fue mi nena”. Hoy Alejandra tiene 24. En ese momento, apenas 19
y una beba de un año y medio a la que amamantaba. Al día siguiente de confirmar
su diagnóstico, le hicieron un testeo rápido a su hija. También tenía el virus.
A pesar de que el acceso a la salud es gratuito en
Argentina, así como el examen y los tratamientos para el VIH, tres de cada diez
personas que tienen el virus en el país no lo saben y el 35% se entera que es
portadora en un estadio tardío, según los últimos datos del Boletín sobre VIH,
Sida e ITS del Ministerio de Salud de la Nación.
La falta de diagnóstico y de los controles necesarios
durante el embarazo lleva a que no baje en Argentina la tasa de transmisión de
madre a hijo. “Se mantiene cercana al 5% en los últimos años. El objetivo es
que se reduzca a menos de 2%”, explica a Clarín Miguel Pedrola, director
científico para Latinoamérica y el Caribe de AHF (Aids Healthcare Foundation).
Las cifras actuales indican que nace alrededor de un niño con VIH por semana.
La transmisión perinatal- detalla el Boletín de la cartera
de Salud- pasó de un 4,9% en 2013, ese año nacieron 56 niños con HIV; a 5,1%,
con 42 nenes positivos en 2016.
“Lo trágico es que está todo disponible pero existe un
núcleo duro al que no llegamos. Hay igualdad en cuanto al derecho de acceso
pero no equidad porque, por ejemplo, se le exige a la persona que esté a las 4
de la mañana para sacar un turno y no todos pueden hacerlo”, le dice a Clarín
Pedro Cahn, director científico de la Fundación Huésped y ex presidente de la
Sociedad Internacional de Sida.
Según el especialista, el sistema de salud debe implementar
estrategias para facilitar y agilizar la asistencia. “La embarazada tiene que
hacerse un examen de VIH en cada trimestre. A veces, esto no ocurre. Sería
importante contar con exámenes rápidos para que las mujeres puedan chequearse
en la consulta con su obstetra. En esos casos, el resultado está en 20
minutos”, sugiere Cahn y remarca que “otra clave tendría que ver con mejorar el
servicio de turnos y la oferta horaria de atención. Para eso, se requiere
inversión”, agrega.
“Con un tratamiento a base de antirretrovirales, el virus
puede tornarse indetectable. Es decir, que la carga viral sea tan baja que no
transmita el VIH ni a una pareja ni durante la gestación a su bebé”, suma
Pedrola, que coincide en que hay barreras de acceso y fallas en salud. “Una de
ellas tiene que ver con testear a la mujer embarazada y olvidarse de su
pareja”, detalla Pedrola.
Eso le pasó a Alejandra. “Me hice un examen de VIH durante
el embarazo y me dio negativo. Se ve que estaba en el período ventana o que mi
pareja me trasmitió el virus después de ese análisis. Si lo hubieran chequeado
a él, seguramente hubiésemos evitado que nuestra hija naciera con VIH”, cuenta
la mujer que vive en una zona rural de Jujuy, cercana a Monterrico.
Alejandra se ocupó de que su hija recibiera de inmediato la
medicación. Sin embargo, ella demoró más de dos años en empezar a tomarla. “A
mi nena la llevé directamente al hospital pero yo tenía la obra social de mi
papá y él debía hacer unos trámites para que pudiera encarar mi tratamiento.
Por eso no lo arranqué. No quise contarle que tenía VIH”, relata Alejandra, que
estuvo sin antirretrovirales hasta que contrajo tuberculosis y la internaron de
urgencia.
Pudo superar el doble cuadro y terminó curándose de la
tuberculosis y en tratamiento por el VIH. Dice que su preocupación pasa hoy por
que su nena siga correctamente su terapia. “No es fácil. Las pastillas son
grandes así que se las muelo y se las doy con el yogur o con un jugo. Pero no
le gusta. Ya empezó a preguntar por qué las tiene que tomar. Yo le expliqué que
tiene que ayudar a su cuerpo a que funcione bien”, agrega Alejandra.
Para Maira (27), que vive en Quilmes, tampoco fue fácil. Se
enteró de que tenía VIH al hacerse un examen preocupacional para entrar a un trabajo
como promotora en una prestadora de salud. “Me llamaron un viernes a la noche,
después de sacarme sangre, para decirme que el lunes una médica quería hablar
conmigo. Ya en la oficina me comunicaron que me habían dado mal los exámenes de
VIH. ´¿Qué quiere decir que dieron mal?´, pregunté. ´Te dieron positivo,
necesito que firmes acá, que dejes constancia de que te avisamos´, me
respondieron. Cero tacto”, recuerda.
Para ese momento, ella también era mamá. “Tuve miedo, pensé
que le había transmitido el virus a mis seres queridos”, cuenta. Tras el pánico
y la angustia inicial, confirmó que se había infectado después de tener a su
bebé por lo que el nene no era portador y su pareja, con la que usaba
preservativo, no tenía el virus. “Fue un alivio enorme. Aunque estaba muy
desinformada y creí que mi vida se terminaba. Por suerte, no fue así”, cuenta.
Parte de su tristeza pasaba por pensar que nunca más iba a
poder ser madre. “No me animaba ni a preguntarlo. Pero mi deseo era grande y un
día decidí hablarlo con mi infectóloga”, dice Maira, que siguió las
indicaciones médicas y, cuatro años después del resultado positivo, logró tener
una nena a la que no le transmitió el virus.
“A los que acaban de recibir el diagnóstico les recomiendo
que busquen contención en pares. Es a través de las redes de personas viviendo
con VIH que van a poder entender que no es el fin, aunque al principio crean
eso y se choquen con el desconocimiento y la discriminación de mucha gente”,
dice Maira. Y agrega: “Si se sigue bien el tratamiento, van a poder tener una
buena calidad de vida y ser madres o padres sin transmitir el virus”.
Otros datos:
6.500 personas fueron diagnosticadas con VIH en 2017
Se estima que 122.000 personas viven en Argentina con el
virus
Fuente: Diario Clarín - Ver más sobre VIH